Segundo relato:















Estaba lloviendo, era de noche y hacia frío. Un resplandor húmedo se iba acercando mientras navegaba por el río. Tuvo miedo, más miedo de lo que jamás había sentido, y sin embargo no logro virar a babor, ni detenerse, siguió hacia la luz, como hipnotizado, medio muerto, medio vivo. Nada tenía importancia, sólo esa luminiscencia, que se pagaba en los recovecos del río, y volvía a aparecer tras los sauces.
La canoa estaba pesada, había cargado naranjas en el puerto para repartir en toda la isla. Y ahora todo parecía perdido, su voluntad era una hilacha desprendida, que flotaba a la deriva frente a él. Sólo alcanzarla, sólo llegar a ella. Sólo eso.



Al amanecer del octavo día lo encontraron, la mirada desencajada, delgado y pálido, mudo y sin sentido.
Sus ropas embarradas, las naranjas perdidas, y la barcaza rota.
Mucho tiempo se murmuró sobre las luces malas.
Y mucho tiempo deambuló como una sombra, buscándola.

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El ciego del pueblo sonreía.
Nunca nadie lo había visto tan contento.
Decían que parecía un novio enamorado.
Y le hacían bromas, que el no podía comprender.
Se levantaba a la mañana con las sábanas tibias, y eso era mucho más de lo que había esperado de la vida.

…………………………………………………….

Un atardecer, todos la vieron.
Era hermosa, blanca y temblorosa.
Muchos se postraron, porque creyeron que era Su Señora.
Luego se incorporaron, confundidos. Tenía una larga cabellera, y su sonrisa no era tan santa. Y sus manos parecían demasiado anhelantes. No se sentía uno bendito en su presencia, se sentía más bien una urgencia, un reclamo que uno no deseaba corresponder. Los que habían estado en el mar recordaban los cantos de las sirenas y los que se sentían solos la reconocían, porque habían soñado con ella.
Los más lúcidos atinaron a llamar al cura, que trajo el agua bendita, y cruces para repartir.

Ante las santas palabras, ella retrocedió, gimiendo, confundida y temblando.
Nadie quería escucharla, y ahora ya no había tiempo. ¿A donde iría?

Por fin el párroco pronunció los Nombres, y entonces ella supo quien le tendería la mano y la vendría a buscar. Aceptó feliz, estaba esperando, y ahora sabía.

Un fulgor repentino, magnificó la noche.
Y desde entonces todos duermen en paz, y recuerdan llamarlo. Porque si sucediera que tuviesen que partir, no querrían nunca andar flotando a la vera del agua. Era mejor tomar su Mano, y entonces uno sabría en que dirección retirarse, hacia ese lugar donde la luz es tibia.

Comentarios

Patty ha dicho que…
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Un beso.
Exitos.
Concretar ha dicho que…
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Por supuesto que podes enlazarme en tu web, y tambien enviarme tu enlace.Quise escribirte pero tu perfil no tiene acceso, ni me enviaste tu mail.
Te envio un abrazo de luz a traves de las hojas verdes de arce
Gabriela

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